Pastoral de Santuarios

ACOMPAÑEMOS EN ORACIÓN A NUESTRO NUEVO PAPA

 

Sobre el balcón central de la Basílica de San Pedro de Roma, el miércoles 13 de marzo, el Cardenal Protodiácono Jean-Louis Tauron anunció a la ciudad y al mundo la feliz noticia: “Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio qui sibi nomen imposuit Franciscum (“Les anuncio una gran alegría: Tenemos Papa: Excmo. y Rvmo. Sr. Jorge Mario Bergoglio, cardenal de la Iglesia romana, que se impuso el nombre de Francisco”).

E instantes después, que parecían eternos, el nuevo Papa, precedido por la cruz procesional y los primeros de los Cardenales entre los órdenes de los Obispos, Presbíteros y Diáconos, salió al balcón, inmóvil por unos minutos, y desde allí saludó al pueblo con las primeras palabras de su pontificado. Rezó un Padrenuestro y un Avemaría por el Papa emérito Benedicto XVI. Dijo que para traerle Obispo a Roma los cardenales habían ido casi al fin del mundo. Y continuó: “Ahora comenzamos este camino: Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, la cual preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Les deseo que este camino de Iglesia que hoy comenzamos… sea fructuoso para la evangelización de esta ciudad tan bella”. Enseguida se arrodilló para pedir a los millones de católicos que pidieran la bendición para él, imponiendo un impresionante silencio oracional en la Plaza de San Pedro. Se levantó, indosó el estolón papal, y de acuerdo al Ritual, impartió su primera bendición apostólica “Urbi et Orbi”, que en adelante sólo dará de ordinario en Navidad y Pascua.

Con este acto terminaron las conjeturas de tantos analistas que se convirtieron en “expertos vaticanólogos” y “papólogos”. Fallaron las quinielas de candidatos que habían barajado los medios. Su imaginación que juzga las diferencias internas como complots, y habla de presiones ocultas y maquinaciones de la política vaticana, quedaron desconcertados. No deja de ser una pretensión maliciosa presumir de saber mejor que el Espíritu Santo quién es la persona a la cual llama el Señor para llevar el timón de la Iglesia en el tiempo que se avecina.

Lo positivo de todo este tiempo, desde la renuncia de Benedicto XVI hasta ahora, es que tomamos conciencia del peso que tiene aún la Iglesia católica y su verdadera misión por encima de sus problemas, que existen y duelen, perturban y nos comprometen, pero no nos paralizan ni vencen. En la Iglesia de todos los tiempos ha habido problemas, a veces más graves. Hoy nos preocupa la viabilidad de la fe en la cultura moderna, la sobrevivencia de la moral católica en un mundo que se aleja de los paradigmas de la fe, etc. Durante la Sede Vacante todas las comunidades acompañamos en oración la tarea de los Cardenales electores en su delicada misión de escuchar la inspiración del Espíritu Santo para elegir al sucesor de Pedro, que siga afrontando esos problemas, que no son nuevos.

Porque el Papa es el Vicario de Cristo, es decir, quien hace sus veces en la tierra, actúa en su lugar. El único fundamento de la Iglesia es Jesucristo, único Salvador que merece todo el poder y la gloria: “Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,10-11). Como verdadero Dios tenía el poder de permanecer siempre entre nosotros “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20); pero como verdadero hombre, sabía que su misión en la tierra estaba limitada por su humanidad.

Para estar con nosotros siempre prometió envió al Espíritu Santo, quien vivifica y hace presente a Jesucristo en medio de los suyos hasta el fin del mundo, y así continúa guiando a su Iglesia hasta la consumación de los tiempos. Este mismo Espíritu habita en nosotros. La Iglesia es la comunidad del Espíritu, pues en ella vive Jesucristo: “Yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté siempre con ustedes” (Jn 14,16). En la Iglesia, enriquecida por el Espíritu, Jesús se hace presente de manera especial en los pobres (Mt 25, 35-40), en los niños (Mt 18,5), en cada persona (Mt 10,40) y en cada comunidad que invoque su nombre (Mt 18,20); todas estas presencias nacen de la acción del Espíritu Santo.

Cuando Jesús habitó con nosotros, de entre sus discípulos, eligió a doce apóstoles. A Pedro le dio el apelativo de roca y su encomienda sería la de ser el sostén de la fe de sus hermanos de la unidad de la comunidad: “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no podrá con ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 16,18-19).

Después los mismos apóstoles, por la imposición de sus manos, gesto esencial de la transmisión de la autoridad apostólica, concedieron este servicio a sus sucesores, los obispos. De entre ellos, quien ha recibido la encomienda de ser punto de unión y de fraternidad por excelencia, es el Papa, obispo de Roma, sucesor del apóstol Pedro. “Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17).

Pedro fue a Roma para anunciar la Buena Nueva, murió mártir, en el circo de Nerón y fue sepultado en la colina del Vaticano. Desde entonces, a lo largo de los siglos en una sucesión sin interrupción, el Obispo de Roma, el Papa, es Pedro entre nosotros, el Vicario de Cristo. Ahora tenemos al 266 sucesor de Pedro, el primer Papa latinoamericano, el primer Papa jesuita, y el primer Papa que asume el nombre del Pobrecillo de Asís. Sin duda que está anunciando tiempos nuevos para toda la Iglesia.

El Papa forma parte de la Iglesia, expresa el patrimonio de la Iglesia, y la Iglesia se siente representada en él, pero la Cabeza de la Iglesia es Cristo, no el Papa. Ha recibido un llamado de Dios para confirmar a sus hermanos en la fe. Su supervivencia está garantizada por Jesús: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Papa y papado son sólo instrumentos y canales para el anuncio del Evangelio, la santificación, la redención y liberación integral del hombre desde la fe. Cristo instituyó en Pedro el papado para el servicio a todos en la fe y la preferencia por los pobres y oprimidos.

Que alguien lleve sobre sus hombros la pesada carga de toda la Iglesia, significa la gracia más grande que Dios nos concede, y es una participación actual en la Pasión de Cristo para la redención del mundo. Eso requiere, más que un hábil político, a un santo, con gran sentido de la realidad, con amor a las personas, gran fidelidad a la Iglesia, y capacidad de crear colaboración. Por eso ha solicitado nuestra oración.

El Santo Padre Francisco I, continuador del Ministerio Petrino, prosigue en la Iglesia la misma misión que le fue conferida por Jesús al Apóstol Pedro. Él hace presente para la Iglesia Universal a Jesucristo Buen Pastor. Es entre los Obispos y todos los bautizados en la Iglesia, el principio y el fundamento de la unidad y de la verdad. Él garantiza que nuestra Iglesia sea la Iglesia de Jesucristo, misterio universal de salvación. Y para la humanidad es un diligente protector de la estabilidad y de la paz, un mediador en la solución de los conflictos y un cuidadoso defensor de la dignidad de la persona humana, desde el momento de la concepción hasta su muerte natural; también él promueve la identidad de la familia, los valores, la justicia y el auténtico bienestar de la sociedad.

Por ello, nos alegra tener ahora visiblemente al Padre solicito y Maestro luminoso, para confirmar nuestra fe, alentar nuestra esperanza y motivar nuestra caridad. Promoverá la Nueva Evangelización, que entre nosotros se concreta en la Misión Permanente, para que seamos siempre acendrados discípulos y misioneros de Jesucristo.

El Card. Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, la capital argentina, en el seno del matrimonio de italianos Mario, empleado ferroviario, y Regina. Ahí se diplomó como técnico químico, y poco después eligió el sacerdocio, accediendo al seminario del barrio bonaerense Villa Devoto.

En 1958 comenzó el noviciado en la Compañía de Jesús, en Santiago de Chile, donde llevó a cabo estudios humanísticos, y en 1964 regresó a Buenos Aires para dedicarse a la docencia de Literatura y Psicología en el colegio de El Salvador. Cursó Teología entre 1967 y 1970 en la Facultad de Teología del colegio de San José, en San Miguel de Tucumán (norte de Argentina).

Ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969, se desplazó a España para cumplir su tercer "probandato" (preparación intelectual de jóvenes sacerdotes) en la Universidad Alcalá de Henares de Madrid. La docencia desempeñó un papel muy importante, ya que impartió lecciones en multitud de colegios, seminarios y facultades.

En 1972 regresó a Argentina para comenzar como maestro de novicios en Villa Barilari, en la localidad de San Miguel, al norte del país. Entre 1980 y 1986 fue profesor en la Facultad de Teología de San Miguel y rector del colegio máximo de la Facultad de Filosofía y Teología, y párroco de la iglesia Patriarca San José, también en la localidad de San Miguel.

En 1986 fue a Alemania para ultimar su tesis doctoral, pero lo trasladaron a Córdoba para ejercer como director espiritual y confesor de la Compañía de Jesús.

Nombrado obispo el 20 de mayo de 1992, cuando Juan Pablo II le designó obispo de la Diócesis de Auca y obispo auxiliar de la diócesis de Buenos Aires. Cinco años más tarde, en 1997, fue nombrado arzobispo coadjutor de Buenos Aires, y en 1998, tras la muerte del cardenal Quarracino, se convirtió en el arzobispo de Buenos Aires. Ha tenido gran presencia en la Conferencia Episcopal Argentina, que presidió de 2005 a 2011, y entre sus publicaciones más conocidas se encuentran "Meditaciones para religiosos" (1982), "Reflexiones sobre la vida apostólica" (1986) y "Reflexiones de esperanza" (1992).

Recibió la púrpura cardenalicia de manos de Juan Pablo II el 21 de febrero de 2001. Era miembro de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, del Consejo Pontificio por la Familia y de la Comisión Pontificia por América Latina.

Ahora es el 266 sucesor de Pedro, Vicario de Cristo, Sumo Pontífice de la Iglesia universal, Papa de la Iglesia católica. Su elección suscita preguntas y esperanzas, ante la situación que vive la humanidad y la Iglesia. Deberá ejercer su papel de Obispo primado de la Iglesia universal para hacer operativa la colegialidad episcopal y asegurar el acompañamiento pastoral de toda la cristiandad. El Papado debe ser signo de la novedad cristiana. No tanto porque ajuste la moral o el dogma al relativismo postmoderno, sino porque sepa acoger las exigencias legítimas, las auténticas iniciativas espirituales, las expectativas y esperanzas de todo el pueblo de Dios y de toda la humanidad.

Nuestro pueblo se caracteriza por su gran amor al Santo Padre, independientemente de sus condiciones físicas o cualidades, porque lo ve con devoción y espíritu de fe. Lo constatamos en las visitas de sus Predecesores. El pueblo se manifestó cálido, hospitalario, respetuoso, católico, cercano. Hubo multitudes incontables, de toda clase social, entusiastas e incansables, expresando su adhesión al Sucesor de Pedro. La gente lo busca, lo sigue, lo aclama y lo escucha. Vimos a tantos jóvenes presentes en todos los eventos, con su entusiasmo y su capacidad de servicio voluntario: el otro rostro de la juventud.

Estoy seguro que ahora serán las mismas actitudes hacia el nuevo Pontífice que toma el timón de la Iglesia, esperando sus orientaciones para continuar construyendo el Reino de Dios. Los acontecimientos de Sede Vacante, Cónclave y elección del nuevo Papa han sido muy significativos para nosotros. Nos dejan muy fortalecidos en la fe y la esperanza. Aunque comentaristas ignorantes en asuntos eclesiales, trayendo a colación errores y escándalos, ensombrezcan esa presencia ministerial de Cristo Buen Pastor entre nosotros, fortalecimos nuestra adhesión a Jesucristo y a su Iglesia. Confirmamos nuestro compromiso de seguir trabajando por el mundo evangelizado, humano, justo, pacífico y solidario al que nos han convocado sus Predecesores en la Sede de Pedro.

A fin de vivir la solidaridad con la elección del Santo Padre, los invito a intensificar nuestra comunión en la oración, rogando por Su Santidad y la venturosa entronización de su Sede Apostólica, y a celebrar en cada comunidad una Misa en conmemoración de este acontecimiento. Ruego a los hermanos Presbíteros que sensibilicen a quienes sirven, particularmente a los enfermos y a las comunidades religiosas y a los grupos, asociaciones, movimientos y demás organismos laicales eclesiales, para que ofrezcan sus oraciones y sacrificios, pidiendo al Señor por el éxito espiritual del ministerio petrino de nuestro nuevo Pontífice de la Iglesia universal Francisco I.

 

 


MENSAJE DE LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO

EN OCASIÓN DE LA ELECCIÓN DEL NUEVO PAPA FRANCISCO I

 

Hermanas y hermanos:

Con inmensa gratitud a Dios nuestro Señor, que no deja de dar a su pueblo pastores según su corazón (Jer 3,15), la Iglesia que peregrina en México, expresa su profunda alegría por la elección del Emmo. Cardenal Jorge Mario Bergoglio como Vicario de Cristo, Sucesor de San Pedro, Obispo de Roma y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, extendida por toda la tierra.

Ciertamente, hoy el nuevo Papa ha escuchado la voz del Señor que, a través de los cardenales electores, le ha dicho: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). Así le ha confiado la misión de ayudarnos a confesar que Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).

En este Año de la Fe, ante el nuevo Sumo Pontífice, podemos exclamar con san Jerónimo: “Yo no sigo un primado diferente del de Cristo; por eso, me pongo en comunión… con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia” (Cartas I, 15, 1-2).

Para la Iglesia que peregrina en América Latina, la primera elección de un Sumo Pontífice nacido en el “Continente de la Esperanza”, es motivo de gran alegría. Es para nosotros un signo claro del amor de Dios por las Iglesias que peregrinan en estas tierras, en medio de gozos y sufrimientos, de problemas y oportunidades. Es, en fin, una señal de amor que nos compromete a vivir cada día como verdaderos discípulos y misioneros de Cristo.

Queremos hacerlo, unidos al Sucesor de san Pedro, “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (LG 23), reconociendo que, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, tiene potestad plena, suprema y universal (cf LG 22), para guiarnos a la comunión con Cristo y entre nosotros.

Mientras en este itinerario cuaresmal nos encaminamos a celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, en quien se ha manifestado el amor de Dios que nos rescata del pecado y nos hace partícipes de su vida plena y eterna, expresamos a Su Santidad Francisco I nuestro amor, respeto, obediencia y fidelidad, al tiempo que ponemos en manos del Señor, por intercesión de Santa María de Guadalupe, su ministerio petrino, para que produzca frutos en abundancia, en bien de la Iglesia y del mundo entero.

Por los obispos de México:

+ Javier Navarro Rodríguez                        + Eugenio Lira Rugarcía

Obispo de Zamora                                  Obispo Auxiliar de Puebla

Vicepresidente de la CEM                         Secretario General de la CEM

 

 


OTROS ELEMENTOS PARA LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS:

 

Lecturas

Primera Lectura: Is 52, 7-10: «Los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios».

Salmo responsorial: Sal 96 (95), 1-2a. 2b-3. 7-8a. 10. R/.Anuncien a todas las naciones las maravillas del Señor.

Aleluya Jn 10, 14: Yo soy el Buen Pastor, dice el Señor, conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí.

Evangelio: Jn 21,15-17: «Pastorea a mis corderos, pastorea a mis ovejas».

 

Oración universal:

Fundamentados en la piedra inamovible de la fe de San Pedro, de quien es sucesor Su Santidad Francisco I, y alentados por su celo apostólico, presentemos, hermanos nuestras peticiones al Padre celestial, confiando en la intercesión de nuestra santísima Madre la Virgen María, patrona de nuestra Diócesis. Respondemos a cada invocación:

R. Buen Pastor, escúchanos.

1. Para que el Señor Dios, el único Santo y el que hace maravillas, muestre su amor a la Iglesia y, compadecido de nosotros, renueve sus gestos de amor y misericordia por ella y a través de ella. Roguemos al Señor. R.

2. Para que el Papa Francisco I, quien es fundamento visible de la unidad de la Iglesia en la tierra, apaciente a las ovejas de Cristo en el mundo con el fervor de los santos, con la colaboración de todos los Pastores. Roguemos al Señor. R.

3. Para que, fieles a la Iglesia de Cristo, seamos hombres de buena voluntad, unamos nuestros esfuerzos en bien de la justicia y trabajemos por alcanzar una paz y una libertad verdaderas. Roguemos al Señor. R.

4. Para que el Señor se acuerde de todos los aquejados por distintos males, dé el don de la conversión a quienes obran el mal o persiguen a su Iglesia, y a todos nos conceda una vida sencilla y digna de su amor. Roguemos al Señor. R.

5. Para que Dios derrame en las familias cristianas el espíritu de piedad, solidaridad y responsabilidad, de manera que germinen abundantes vocaciones al ministerio eclesial. Roguemos al Señor. R.

6. Para que el Señor, por el ministerio del Papa Francisco I, muestre a los jóvenes el camino que lleva a Dios, y por su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro Maestro. Roguemos al Señor. R.

Padre santo, que en tu providencia quisiste fundar tu Iglesia sobre la roca de Pedro, el jefe de los Apóstoles, escucha nuestras oraciones, y mira con bondad a nuestro Santo Padre Francisco I, y ya que lo has constituido Sucesor de Pedro, concédele que sea para tu pueblo principio y fundamento visible  de la unidad en la fe y de la comunión en el amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

ORACIÓN UNIVERSAL:

Fundamentados en la piedra inamovible de la fe de San Pedro, de quien es sucesor el Papa Francisco I, y alentados por su celo apostólico, dirijamos al Padre nuestras oraciones, llenos de confianza, diciendo:

R. Escucha, Señor, los deseos de tu Iglesia.

1. Para que la fuerza del Espíritu Santo mantenga muy viva en todos los fieles la llama de la fe proclamada por la sangre de San Pedro y testificada por la enseñanza y la vida de tantos Papas que han alcanzado el honor de los altares. Roguemos al Señor. R.

2. Para que el Señor, que encomendó a San Pedro la dirección espiritual de la Iglesia universal, y a nosotros la evangelización de los alejados, haga brillar la fe sobre todos los que aún no le conocen o se han excluido de la salvación. Oremos. R.

3. Para que el nuestro santo padre el Papa Francisco I conduzca a la Iglesia de Dios con la sabiduría del Espíritu y la firmeza de la fe apostólica, y los cristianos perseveremos firmes en esa fe y anunciemos a Cristo al mundo con la palabra y la vida. Oremos. R.

4. Para que los que están en prisión por causa de su fe o sufren persecución, evangelicen el ambiente desde sus propias condiciones, y obtengan la libertad, motivados por la enseñanza del Papa y la oración perseverante de la Iglesia. Oremos. R.

5. Para que nuestra Diócesis, junto con todas las comunidades regidas por el sucesor de San Pedro, se alimente de la Palabra que anuncia, y encarne con dinamismo la Iglesia de Cristo como parte de la gran familia de Dios. Oremos. R.

6. Para que nosotros, que antes éramos extranjeros y forasteros, pero ahora estamos edificados sobre el fundamento de los apóstoles, vivamos fielmente nuestra vocación cristiana, y se acreciente nuestro espíritu misionero, utilizando los medios modernos para comunicar el Evangelio al mundo de hoy. Oremos. R.

Por el misterio de tu Eucaristía, concédenos, Padre, formar un solo corazón y una sola alma, en torno al Papa Francisco I y bajo su autoridad, para seguir proclamando tu amor en el mundo, para que todos te conozcamos a tí y a tu enviado Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

 


LECTIO DIVINA

 

1. SOBRE ESTA ROCA EDIFICARÉ MI IGLESIA (Mateo 16, 13-18):

 

Habiendo llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Y ustedes ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Dichoso eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Palabra del Señor.

 

“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

¡Jesucristo fundó su Iglesia y colocó a Pedro y a sus sucesores como piedra angular de la misma!

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "En el colegio de los doce Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf Mc 3,16; 9,2; Lc 24,34; 1Co 15,5). Jesús le confía una misión única. Gracias a una revelación del Padre, Pedro había confesado: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Entonces nuestro Señor declaró: ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella’ (Mt 16,18). Cristo, ‘Piedra viva’ (1P 2,4), asegura a su Iglesia, edificada sobre Pedro, la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos (cf Lc 22,32)" (CEC 552). "El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente a él, la piedra de su Iglesia" (CEC 881).

Es el único caso en el Nuevo Testamento en que Jesús cambia el nombre con connotación de Pacto (cf Abraham en Gn 16, 4-8). Este cambio de nombre prefigura la misión de Pedro: ser, en tiempo de dificultades y confusión, la seguridad del creyente que está en la voluntad de Cristo y en su orden. La promesa de que las "puertas del infierno no prevalecerán, es la garantía de que la Iglesia de Pedro estará firme hasta el final de los tiempos a pesar de problemas internos y de apostasías".

Pedro no es un nombre conocido antes de que Jesús lo "inventara" para Simón bar Jonás. No aparece jamás en el contexto hebreo, menos aún en el contexto griego, ninguna obra clásica conocida lo menciona. Fue creado por Jesús para su discípulo.

Pedro proviene del griego "Petras" que quiere decir "roca, piedra". Jesús se autoproclamó la Roca con la palabra griega "Acrogoniagos", que quiere decir "Piedra Angular". Pedro no es la "Piedra Angular"; Jesús lo designa como la Piedra donde va a descansar la Fe de la nueva Iglesia.

Otro nombre dado a Pedro es Kefas, que viene del griego Psefos y significa "Piedrecita para votar, decreto acordado, juicio" (cf Ap 2,17): dos piedrecitas por las que el jurado decidía si una persona era culpable o inocente en el sistema judicial griego, según fuera depositada la piedra blanca o la negra. Concuerda con el poder de las llaves: "Lo que ligares en la tierra, será ligado en el cielo…" poder de juicio. A Pedro se le llama Piedra 162 veces en el Nuevo Testamento y Kefas 8 veces.

Jesús habló en arameo, no en griego, y en este idioma no existe distinción entre diferentes tipos de piedras. Jesús dijo en arameo: "Tú eres Kefas y sobre este Kefa edificaré mi Iglesia". Papías testifica que el evangelio fue escrito en arameo. El traductor al griego, no quiso traducir Kefas a un nombre femenino (petra) sino en forma masculina: Petros.

En el griego del NT existen varias opciones para la palabra piedra. Por ejemplo, Jesús es llamado Lithos (1P 2,4), y esta misma palabra se usa para las piedras que iban a arrojar a la mujer adúltera (Jn 8,7) o a Jesús (Jn 8, 59). En 1P 2,8 y 1Co 10,4 encontramos Petra y Lithos para Jesús. Cuando se habla de Pedro como Roca no tiene nada que ver si ella es grande o pequeña. “Sobre esta misma piedra”: Al utilizar Jesús el adjetivo demostrativo, tautee, con el artículo también en dativo, está claro que Jesús está hablando de la misma piedra que acaba de mencionar (cf 2Co 9,4; Mc 14,30; Hch 27,23).

Cristo es el fundamento: estamos edificados en Él (Col 2,6-8); no edificamos en fundamento ajeno (Rm 15,19-20); edificados sobre el fundamento de los apóstoles siendo Cristo la piedra de ángulo (Ef 2,19-22); nadie puede poner otro fundamento (1Co 3,10-11): Cristo es la roca (1Co 10,1-4). Sobre este único Fundamento, descansa, como columnas, la acción de los apóstoles y profetas. Pero en la Iglesia, que es sacramental, Cristo quiso que hubiera un sacramento visible de ese fundamento y roca, y designó para ello a Pedro.

No tiene sentido que Jesús le diga: Tú eres una pequeña piedrita insignificante, sin embargo aquí están las llaves del Reino. Pedro es dichoso (v 17) porque el Padre le reveló que Jesús es el Mesías. El poder de atar y desatar es consecuencia de esa firmeza de la roca.

Si después de negarlo Jesús le hubiera dicho: "tú no eres roca sino una piedrecita ", nadie pondría en duda que Jesús estaría refiriéndose a Simón. Si Jesús se refería sólo a la confesión de Pedro como la roca y no al Apóstol mismo, ¿por qué no nombró a la confesión de Bartolomé como roca cuando de inmediato él confesó: tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel (Jn 1,49).

“A ti te daré las llaves del Reino de los cielos”.

“Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro, y abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie abrirá" (Is 22,22). David había muerto doscientos años atrás, sin embargo Sebna, el mayordomo del Reino de David, aunque no era el rey, era el hombre de confianza del rey; tenía el poder de dejar entrar en el palacio a las audiencias reales a quien él quisiera, y administraba las despensas reales. Las llaves se pasaban de mayordomo a mayordomo, como en este caso pasaron de Sebna a Eliacin. ¿Qué función tenían las llaves en el reino Davídico? Las llaves significan el poder de sucesión. Este poder no murió con David.

Ahora Jesús, heredero del Reino de David, entrega estas llaves a Pedro, llaves de un reinado eterno, e indica que, muerto Pedro, estas llaves pasarán en la Iglesia sucesivamente hasta que su Dueño regrese a entregar este Reino al Padre. En Ap 3,7 Jesús aparece al final de los tiempos con esta llave, de la cual es el dueño, para entregarla al Padre. Tremendo poder dado a un solo hombre, por deseo de Jesús. No a Juan, ni a Mateo, ni a Santiago….. sino a Pedro.

“Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

El mundo está en crisis, pero Pedro está firme, es Roca. En el Papa tenemos un punto seguro de nuestra fe porque Jesucristo quiso edificar su Iglesia sobre Pedro y sus sucesores. En sus enseñanzas y su Magisterio pontificio hallamos una roca inconmovible de frente a los oleajes de confusión doctrinal que se arremolinan por doquier. En él encontramos al mismo Cristo, Buen Pastor, que guía a sus ovejas a los pastos del cielo. ¡Escuchemos su voz, sigamos sus huellas, imitemos su ejemplo de amor, de santidad y de entrega incondicional para el bien de todos los hombres, nuestros hermanos!

Imaginémonos la Roma Imperial, hace dos mil años, bajo el gobierno de Nerón. Se desencadena la persecución contra la Iglesia. Millares de cristianos padecen heroicamente el martirio. Pedro es hecho prisionero, juzgado y condenado al terrible suplicio de la crucifixión. Sus despojos son sepultados en la Colina Vaticana, donde se encuentran hasta hoy, bajo el Altar de la Confesión. ¿Cuál sería la reacción de los fieles de Roma?

Ciertamente intensificaron sus oraciones a fin de pedir el auxilio divino, para escapar de la persecución y soportar con fortaleza el martirio. Tomaron sus providencias para no ser presos, se ayudaron mutuamente, y la vida de la Iglesia continuó. Eligieron un sucesor de Pedro: Lino, también mártir. Y así se fue sucediendo, en los primeros siglos de la Iglesia, una pléyade de Papas mártires. Y el martirio de Pedro, que tal vez causó perplejidad en sus contemporáneos, pasó a ser el final habitual, trágico y glorioso, de los siguientes Papas, en ese período inicial del cristianismo.

Cesadas las persecuciones muchos otros problemas surgieron, cada uno capaz de sacudir varias veces el Papado. Muchos de esos acontecimientos hicieron estremecer a la sociedad temporal. Pero en dos mil años de existencia el Papado se debilitó con las turbulencias que buscaron cercarlo. La palabra de Jesucristo no es optativa, sino absoluta. La Iglesia está basada sólidamente sobre la piedra que es Piedra, Cefas, Petrus.

 

 


2. CONFIRMA A TUS HERMANOS EN LA FE (Lucas 22, 31-32)

 

En aquel tiempo, dijo también el Señor: “Simón. Simón he aquí que Satanás te ha pedido para cribarte como trigo. Mas yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez vuelto, confirmarás a tus hermanos". Palabra del Señor.

 

Al anunciar, en la última Cena, la triple negación que hará Pedro por miedo durante la Pasión, Jesús le predice también que superará la crisis de esa noche y le anuncia una misión especial que tendrá.

“Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca”

Todos los Apóstoles van a traicionar a Jesús menos Juan. Pero Jesús no ora por el fiel Juan para que confirme la Fe de los Apóstoles, sino por Pedro para que este confirme la fe de sus hermanos. Esta es la misión del Obispo de Roma (sucesor de Pedro) confirmar la Fe de la Iglesia en Jesucristo. Son los misterios de Dios, En esas palabras Jesús le garantiza una oración especial por su perseverancia en la fe, y le anuncia la misión que le confiará de confirmar en la fe a sus hermanos.

Nos consta la autenticidad de las palabras de Jesús por el cuidado con que Lucas recoge informaciones seguras y las expone en una narración válida desde el punto de vista crítico, y también por esa especie de paradoja que encierran: Jesús se queja de la debilidad de Simón Pedro y, al mismo tiempo, le confía la misión de confirmar a los demás. La paradoja muestra la grandeza de la gracia, que actúa en Pedro; muy por encima de las posibilidades que le ofrecen sus capacidades, virtudes y méritos, está la conciencia y la firmeza de Jesús en su elección.

Jesús acababa de decir a los Apóstoles: "Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para ustedes, como mi Padre lo dispuso para mí" (Lc 22, 28.29). El verbo griego diatithemai (preparar, disponer) tiene un sentido fuerte, como disponer de una manera eficaz, y alude al reino mesiánico establecido por el Padre celeste y participado a los Apóstoles.

Anuncia aquel momento al final de los tiempos cuando los Apóstoles serán llamados a "juzgar a las doce tribus de Israel" (Lc 22,30), pero tienen valor también para la fase actual, el tiempo de la Iglesia aquí en la tierra, tiempo de prueba. A Simón Pedro Jesús le asegura su oración, a fin de que en esa prueba no venza el príncipe de este mundo: "Satanás ha solicitado el poder cribarlos como trigo" (Lc 22, 31 ) La oración de Cristo es indispensable, especialmente para Pedro, a causa de la prueba que le espera y del encargo que Jesús le confía. A ese cometido se refieren las palabras: "Confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32)

Ese cometido de Pedro (como toda la misión eclesial) es una misión en la Iglesia y para la Iglesia en la historia, donde se deben superar pruebas, se han de afrontar cambios, y actuar en particulares situaciones culturales, sociales y religiosas, pero en función del Reino de los cielos, ya preparado y dispuesto por el Padre como término final de todo el camino histórico y de las experiencias personales y sociales. El "reino" va más allá de la Iglesia en su peregrinación terrena, y más allá de sus tareas y poderes. Transciende también a Pedro y al colegio apostólico y, por tanto, a sus sucesores en el episcopado. Y, a pesar de ello, está ya en la Iglesia, y ya actúa y se desarrolla en la fase histórica y en la situación terrena de su existencia, por lo cual ya existe en ella algo más que una institución y estructura social. Aunque existe la presencia del Espíritu Santo, esta presencia no excluye, sino exige, a nivel ministerial, lo visible, lo institucional, lo jerárquico.

Pedro no está exento de las dificultades, sino que es tentado como los demás Apóstoles. Pero goza de una oración especial por su perseverancia en la fe. No fue preservado de la negación, pero, después de haber experimentado su debilidad, fue confirmado en la fe, en virtud de la oración de Jesús, para que pudiera cumplir su misión de confirmar a sus hermanos.

“Una vez vuelto, confirma a tus hermanos en la fe”.

Esta misión no se puede explicar por medio de consideraciones puramente humanas. Pedro, el único que niega ¡tres veces! a su Maestro, sigue siendo el elegido por Jesús para el encargo de fortalecer a sus compañeros. Sus juramentos humanos de fidelidad resultan inconsistentes, pero triunfa la gracia.

La experiencia de la caída sirve a Pedro para aprender que no puede poner su confianza en sus propias fuerzas y en cualquier otro factor humano, sino que ha de ponerla únicamente en Cristo. Valoremos a la luz de la gracia la elección, la misión y el poder de Pedro. Lo que Jesús le promete y le confía viene del cielo y pertenece al reino de los cielos.

Ese servicio de Pedro al Reino consiste principalmente en confirmar a sus hermanos, ayudarles a conservar la fe y a desarrollarla. Esa misión se ha de cumplir en la prueba. Jesús es muy consciente de las dificultades de la fase histórica de la Iglesia, llamada a seguir el mismo camino de la Cruz, que él recorrió. El cometido de Pedro, como cabeza de los Apóstoles consiste en sostener en la fe a sus "hermanos" y a toda la Iglesia. Y, como la fe no se puede conservar sin lucha, debe ayudar a los fieles en la lucha por vencer todo lo que haga perder o debilitarse su fe. Refleja la experiencia de persecución de las primeras comunidades cristianas.

Aquí están los componentes fundamentales de la misión de Pedro. Ante todo, la de confirmar a sus hermanos, con la exposición de la fe, la exhortación a la fe, y todas las medidas que sea preciso tomar para el desarrollo de la fe. "Tus hermanos": en primer lugar son los demás Apóstoles, pero también todos los miembros de la comunidad cristiana (cf Hch 1,15). Y sugiere la finalidad a la que Pedro debe orientar esa misión: la comunión fraterna en virtud de la fe. Pedro y sus sucesores tienen la misión de impulsar a los fieles a poner toda su confianza en Cristo y en el poder de su gracia, que él experimentó personalmente.

Escribe Inocencio III en la carta apostólica "Sedis primatus" (12 noviembre 1199): "El Señor insinúa claramente que los sucesores de Pedro no se desviarán nunca de la fe católica sino que más bien ayudarán a volver a los desviados y afianzarán a los vacilantes" (DS 775).

Pide enseñar la fe en todos los tiempos, en las diversas circunstancias y en medio de las muchas dificultades y oposiciones que la predicación de la fe encontrará en la historia; y, al enseñarla, infundir valor a los fieles.

Parece decirle Jesús: Tú mismo has experimentado que el poder de mi gracia es más grande que la debilidad humana; por ello, difunde el mensaje de la fe, proclama la sana doctrina, reúne a los "hermanos”, poniendo tu confianza en la oración que te he prometido. Con la virtud de mi gracia, trata de que los que no creen se abran y acepten la fe, y fortalece a los que se hallen vacilantes.

 

 


3. APACIENTA A MIS OVEJAS (Juan 21,15-17):

 

Cuando hubieron comido, Jesús dice a Simón Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?”. Pedro responde: “Si, Señor, Tu sabes que te quiero”. Le dice Jesús: “Apacienta mis corderos”. Le vuelve a decir una segunda vez: “Simón, hijo de Jonás,  ¿me amas más que estos?”. Él le responde: “Si, Señor, tu sabes que te quiero”, Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas”. Le dice una tercera vez; “Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres?”. Entristeciéndose Pedro de que le preguntara por tercera vez ¿me amas? Le dice: “Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes que te amo”, Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas”. Palabra del Señor.

 

Jesús, a pocas horas de subir al Padre, interroga a Pedro tres veces delante de todos los Apóstoles si lo ama más que los demás. Pedro responde por tres veces. Tres afirmaciones, en el contexto judío, corresponde al cierre de un negocio. Con el tono solemne de Jesús corresponde a una alianza. ¿Cuál es el "negocio"? Apacentar a la Iglesia en nombre del Maestro. Por qué? Porque Dios, un Dios de orden, conocía la necesidad de un pastoreo visible para mantener la unidad de la Iglesia. La voluntad del Señor es que seamos un "solo rebaño con un solo pastor" (Jn 10, 16) Este es otro ministerio del Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, apacentar a la Iglesia por mandato del Pastor por excelencia (Jn 11-13).

Podemos destacar tres cosas muy importantes:

1) El Señor primero le manda apacentar corderos y luego las ovejas. El cordero es un animal diferente a la oveja. Exclusivamente a Pedro le manda apacentar a ambos animales.

2) El Señor usa dos veces la palabra griega apacentar (bosko) y una vez la palabra pastorear (poimaino), que indican dos misiones diferentes. La relación entre apacentar y pastorear con ovejas y corderos deja más clara la misión de Pedro.

3) Tres veces le pregunta a Pedro y tres veces le manda cuidar de su rebaño. Cada una corresponde a cada una de las tres negaciones que hizo al lado de las brasas. Públicamente debía el primer Papa afirmar su amor incondicional al Señor y ser fortalecido en su fe nuevamente para desarrollar el ministerio para el que fue elegido.

Con frecuencia la Escritura designa al pueblo de Dios como un rebaño, y en todo rebaño hay ovejas y corderos.

Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas” (Is 40,11). El pastor los lleva en sus brazos, los trata con sumo cuidado, porque el cordero es un animal más débil que la oveja.

Las ovejas son los apóstoles: “Entonces Jesús les dijo: Todos ustedes se escandalizarán de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas” (Mt 26,31). “Los envío como a ovejas en medio de lobos; san, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (Mt 10,16).

Cristo manda a Pedro que apaciente a sus corderos, es decir aquellos del rebaño cuya fe es débil que acaban de entrar en el rebaño. Como Pastor supremo debe cuidar de ellos y alimentarles espiritualmente con la enseñanza Cristo dejó a su Iglesia. Y manda a Pedro a que pastoreé, gobierne a aquellos que son cristianos, cuya fe es más fuerte, cuyo conocimiento es superior al de los corderos: en tiempos de Pedro los apóstoles y presbíteros y diáconos, hoy en día los obispos y sacerdotes. A estos es necesario también alimentarles espiritualmente con la doctrina de Cristo. Por eso por tercera vez manda a Pedro que de comida a su rebaño, con un alimento espiritual. Hasta los más firmes en su fe necesitan este alimento.

Solo con Pedro, con ningún otro apóstol, usó “bosko” (apacentar, dar de comer): el resto de los apóstoles son los encargados de pastorear (“poimano”) la Iglesia de Dios: "Tengan cuidado de ustedes y de toda la grey, en medio de la cual los ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la Sangre de su propio Hijo” (Hch 20,28). Pedro es el encargado de alimentar al rebaño y el encargado de pastorearlo también. Al poder de pastorear el rebaño que se dio al resto de los apóstoles, se añade un nuevo poder que se le otorga: el de Alimentar al rebaño.

La función de piedra fundamental de la Iglesia comporta un aspecto doctrinal (cf Mt 16,18-19). La misión de confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22,32) va en la misma dirección. Pedro goza de una oración especial del Maestro para desempeñar este papel de ayudar a sus hermanos a creer.

Apacentar corderos y ovejas (Jn 21, 15-17) no es tanto una misión doctrinal, pero la implica. Apacentar el rebaño es proporcionarle un alimento sólido de vida espiritual, en el cual está la comunicación de la doctrina revelada para robustecer la fe. Como pastor universal, el Papa tiene la misión de anunciar la doctrina revelada y promover en toda la Iglesia la verdadera fe en Cristo: sentido integral del ministerio petrino. La función del rey, que alimentaba con la sabiduría de Dios al pueblo, ahora corresponde a San Pedro.

“Ahí viene el Señor Yahvé con poder, y su brazo lo sojuzga todo. Su salario le acompaña, y su paga le precede. Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo tomará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente las paridas” (Is 40,11). Es el mismo Dios quien apacienta el rebaño, le da alimento espiritual, le cuida, protege y guía para que no se desvíe de la doctrina adecuada. Este ministerio lo deja a San Pedro en el Nuevo Testamento.

“Y despertaré sobre ellas un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David: él las apacentará, y él les será por pastor” (Ez 34,23). Estas ovejas son su pueblo, su reino y Pedro es el encargado de guiarlo y dirigirlo, como David en el AT. “Yo apacentaré mis ovejas, y yo les haré tener majada, dice el Señor Dios” (Ez34,15).

Esas tres misiones en la actualidad realiza el Papa:

1) Reconfortar, alimentar, guiar y madurar en la fe al pueblo de Dios con sus decisiones consejos y palabras.

2) Pastorear a los pastores que cuidan del rebaño siendo él el Pastor de ellos o Pastor Universal.

3) Alimentar, y madurar en la fe a los pastores, para que cada día se acerquen más a Dios y esta sabiduría les permita guiar mejor a los corderos hacía Cristo.

Este pasaje está muy relacionado con la triple negación de San Pedro. No se le restaura su ministerio porque nunca lo perdió, pero es una forma de que Pedro reconforte su fe.

Pedro tras haber negado tres veces al Señor estaba decaído y se sentía indigno de seguir al Señor. El Señor sabía cómo era Pedro y que todos le escucharían. Era necesario que volviera a ser el de antes, para que la fe de sus hermanos creciera y se mantuviera viva.

Por eso le pide tres declaraciones de amor, para que vea Pedro que Cristo sigue confiando en él a pesar de su pecado: sigue confiando en un pecador. Precisamente por eso le eligió, no por el ser el más sabio, ni el más santo, de entre todos los apóstoles, sino por ser el más humano y el que más fuerza de voluntad tendría pues ya no volvería a negarle.

 

Que sucede con Pedro después de la Resurrección y Ascensión de Jesús?

1Co 15,5: Jesús se apareció Primero a Pedro después de su Resurrección, destacando así la "primacía" de Pedro.

Hch 1,15-22: Pedro convoca la primera reunión de la Iglesia, después de la Ascensión de Jesús. Los Apóstoles aceptan este orden.

Hch 2,14: Pedro hace la primera prédica la mañana de Pentecostés. Hasta este momento era Jesús quien predicaba, hoy es Pedro: "Pedro poniéndose de pie entre los once".

Hch 3,1-6: Pedro realiza el primer milagro en el nombre de Jesús. Hasta este momento era Jesús quien hacía los milagros.

Hch 5,1-11: Pedro toma autoridad para eliminar el primer pecado de la naciente Iglesia.

Hch 10,1: A Pedro se le da la misión de aceptar el primer pagano a la Iglesia por medio del Bautismo. Ni siquiera a Pablo, el gran Apóstol de los gentiles, se le dio esta comisión. Comisión más grande aún , pues desligaba del cumplimiento de la Antigua Ley.